En una de las primeras entrevistas que nos hicieron, a la pregunta de “cómo” surgió La Era, contestamos con algo que quizás podría considerarse una metáfora continuada: un poco de casualidad, unas ramitas de «¿por qué no?», una pizca de locura, ilusión en abundancia, creer en uno mismo hasta el punto de ebullición y mantener la llama constante. Dejar en reposo el miedo hasta que enfríe. “Et voilà!”.
Después de siete años, miramos hacia atrás y nos sigue pareciendo que no lo podríamos haber expresado de mejor manera.
Con aquella figura lingüística desvelábamos el “cómo”. El “por qué” que lo antecedió fue más sencillo: empatía. Este vocablo tan falto de militancia en nuestros días. Así sucedió pues, viajando. Tarea con la que se conocen lugares, costumbres, idiomas,…pero sobre todo, cuando se viaja se conocen personas. Algo que no suele ocurrir con tanta facilidad cuando se es turista. Porque un viajero tiene más tiempo de cavilar que un turista. Observa cosas que los objetivos no captan. Sus motivaciones son otras. En ese devenir sucedió que empezamos a imaginar el alojamiento que les gustaría encontrar a aquellas personas que viajan. Y en esas estamos. Entretenidos en un proceso que nunca para de evolucionar. Como uno mismo. Porque cada viaje aporta.